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Lejos queda aquella noche en una jaima de un exclusivo hotel en Palmira donde el cantante animado por el buen ambiente de un grupo reducido gritaba animado «¡viva la Suria, viva la Hisbania!.

Apenas puedo recordar un país en el que ser española no me granjeara una simpatía casi automática . Oriente medio no ha sido la excepción. Muy al contrario. Rara era la ciudad o pueblo, por muy recóndita que éste fuera que no encontrara alguien que hubiera estado en España, tuviera algún familiar viviendo en España, supiese un par de frases en español o dijera Barça o Real Madrid con un gesto de admiración.

De Siria guardo recuerdos maravillosos. LLegué a Damasco de noche, era tarde, pero aún así había mucha actividad en las calles. Las luces de las mezquitas, en neón, generalmente verde, las tiendas minúsculas pero rebosantes de género. Damasco, la ciudad milenaria, ciudad fascinante y llena de vida. Ya no tanto, miles de personas y desplazados han teñido las calles con su sangre o sueñan con volver a pisarlas malviviendo en un campo de refugiados lejos. demasiado lejos.

Ya había problemas entonces. A la entrada de Damasco había un campo de refugiados palestino que bombardeó Israel tiempo después de mi última visita. Había en el país una tranquilidad artificial, quizás por un régimen autoritario e injusto, no lo dudo. Se noataba en las calles, se notaba en los gestos de la gente cuando se intentaba hablar de política y se cambiaba de tema habilmente. Se podía sentir y casi oler en Hama. Había algo que iba a estallar de una forma u otra.

Aún así estuve en Malula rezando en una Iglesia copta un padre nuestro en arameo, ya que es uno de los pocos sitios en los que se mantiene esta lengua. Llegar a Malula impresiona, con su convento con sus cruces cristianas en neón. Una no imagina encontrar algo así en un país mayoritariamente musulmán, pero ahí estaba ese milagro de integración, convivencia y respeto. Musulmanes y coptos vecinos desde hace siglos.

En Aleppo estaba la archidiocesis y pude conocer a bastantes cristianos, también a bastantes judios, no dejaba de sorprenderme, porque apenas notaba diferencias entre ellos.

Damasco, Palmira, Bosra, Hama, Homs, Latakia, Idib, Raqqa, Malula, Alepo… Tantas sonrisas amables, tantos tes compartidos, tantos recuerdos … que hoy no hacen más que echar sal a una herida que se abrió hace meses y que no creo que cierre nunca.

En Aleppo, en una de las siete puertas de la muralla, junto a la principal, conocí a Said, un niño de ojos grandes de apenas siete años. Intentaba vender llaveros de recuerdo a los pocos turistas que en esa época se aventuraban en Siria. Se acercó con otros niños y amablemente, pero con autoridad, si no no se iban nunca, rechazamos su compra. Mi pelo claro debió llamarle la atención y a pesar de su timidez me preguntó de donde era. Mi árabe de entonces me dio para preguntarle cómo se llamaba y cuantos años tenía y si iba al colegio. El niño estaba maravillado de que una extranjera pudiera hablar su idioma y de que mandara o fuera de igual a igual con otros hombres. Tres días después volvimos a la zona y nos sentamos a tomar
un refresco. Said volvió a aparecer y le dio uno de sus llaveros a mi intérprete para que me lo diera, el camarero no le habia dejado entrar a dármelo. Le dije a Beshi que le diera unas monedas, pero me dijo que el niño no quería dinero, había insistido en que era un regalo. Salí para darle algo de dinero, pero no lo quiso aceptar, dijo que era un regalo «por ser bonita», ni siquiera quiso aceptar beberse una naranjada, a pesar del calor intenso.

Ya no volví a ver más a Said, pero aún conservo ese llavero y su recuerdo intacto.

Le recuerdo cuando cojo las llaves y cada vez que oigo las noticias. Hoy su recuerdo ha pesado más que otros días. En el periódico y en Twitter la foto de un niño muerto por las bombas en Aleppo. Puede que Said ya sea un joven adulto, pero para mí todos los niños sirios son Said. Me espanta que se publique la foto de su cuerpo y su sangre derramada, como si ya no tuviera ningún derecho. No quiero que muera ningún niño más, pero no quiero que nadie se apropie de su sufrimiento ni sirva como bandera de ninguna facción.

El niño de la camiseta del Barça murio por las bombas del régimen, sí, como otros miles. Muchos niños mueren también por los rebelde, hoy han ahorcado a un niño de 15 años que no quería ser musulmán.

No me van a obligar a elegir quién es mejor de ellos, no hay un mal menor, hay crímenes y criminales. Los niños están muriendo, sus vidas han quedado truncadas para siempre con los horrores vistos. Su confianza en los adultos ha muerto para siempre. No hay ayuda, no hay esperanza, no hay petróleo. Sólo hay un régimen asesino y unos rebeldes intolerantes que emulan lo peor del régimen alargando una primavera árabe que ya nació marchita y mientras todos los Said son olvidados hasta que alguien cuelga una foto para asegurarse un primer impacto ante una imagen del horror que no hace más que darnos una dosis más de deshumanización y de tolerancia al sufrimiento ajeno.

Siria, perdóname. No he sabido, no hemos sabido, no sabemos hacer que nos importe lo suficiente para que el mundo reaccione. Perdóname Said.